Apuntes de una chica con gato
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algún extraño mecanismo onírico decidí que el toro era de Vito-
rino, y no de Miura o de Bohórquez, pongamos por caso.
Y aquí es donde intervino mi ágil Cianuro. De repente, en lo peor
de la carrera, cuando el cornúpeta estaba a punto de darme al-
cance irremediablemente, cinco kilos de felino me saltaron de
sopetón encima de la barriga: ¡¡¡Gato va!!!! ¡Zas!
A juzgar por la violencia del impacto, el muy cafre, debió coger
carrerilla desde el fondo del pasillo, en el otro extremo de la casa.
La paz de carritos y cervezas.
Unos buñuelos recién fritos, un rato derrochando en el supermer-
cado –incluso he metido al carro una lata de Whiskas para mi
desalmado compañero de piso; por supuesto, hoy, ni olerla– y
una caña burbujeante en una terracita soleada han disipado mi
mal humor. La autocomplacencia funciona. Le pido la segunda al
camarero, con mucha espuma y patatas.
Desde mi atalaya de plástico la ciudad retoña, colorista e impúdi-
ca ante mis ojos, relevando el inconstante clima de los entretiem-
pos por una calidez apacible que estimula los sentidos. Ya afloran
los primeros tatuajes del año decorando caderas y hombros, y las
atrevidas jovencitas, ¿cómo no?, se han despojado por fin de los
pesados abrigos sin gancho y se pasean, orgullosas, por las calles
más bien escuetas de ropa.
¡Atención, atención!, que alguien descorche el champán, por fa-
vor: se inicia la nueva campaña estival con sus consabidas dietas,
expiaciones y sacrificios. ¡Ay, el verano!, ¡qué época tan discor-
dante para las que no nacimos modelos…!
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