I Premi 2009
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Conta’m, dona
Apuro la cerveza de un trago. Son casi las tres de la tarde y el
hambre arrecia con fuerza; creo que ha llegado el momento de
retornar al hogar a preparar la sabrosa ensalada de pasta con ver-
duras que me toca de menú. Espero que esta vez las instrucciones
resulten ciertas y no suceda como la última, que por hacer caso al
prospecto estuve fregando tortellinis esparcidos por el microon-
das una semana seguida.
¿Gatito, dónde estás?
Al poco de entrar en casa un escalofrío me eriza el vello: algo
terrible ha ocurrido; lo noto. Llevo más de cinco minutos dando
vueltas por la cocina y Cianuro todavía no ha enseñado el rabo, a
ver qué regalito esconde mi bolsa.
Dejo de colocar la compra y acudo preocupada en su busca. Ex-
amino su cesta desierta, rastreo las habitaciones, el baño, el salón,
indago bajo la cama, detrás del aparador, entre las estanterías de
la despensa... «¡Cianuro, Cianurito guapo, no te embosques, mira
lo que traigo...! ¡Si lo de la olla a presión no iba en serio, tesoro
mío!, ¡Anda, maúllale a mami, no seas malo!... ¡Cianuro, gato de
mierda, ven inmediatamente!...» Y hasta me asomo a la ventana,
con un nudo en la garganta, que aunque él no tiene por costumbre
subirse al alféizar nunca se sabe cuándo le pueden tentar sus an-
sias de equilibrista. Por suerte no se vislumbra ningún cadáver en
el sombrío patio de luces.
Cianuro y yo nos conocimos hace cuatro años y desde enton-
ces vivimos juntos. Antes éramos tres: mi novio cohabitaba con
nosotros, pero un veinte lluvioso de marzo me comunicó que
anhelaba cambiar de aires –se había enamorado de una azafata
resultona de Iberia–, y sin haberlo intuido siquiera, terminé plan-
tada como un geranio, obteniendo, íntegramente, la custodia del
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