Apuntes de una chica con gato
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minino.
En realidad, mi ex, no se esfumó por completo en aquella fatídica
fecha; no definitivamente, por lo menos. Su fantasma permaneció
rondándome una larga temporada. Por la mañana se materializ-
aba en tonos claritos y no se le percibía apenas, pero a partir del
mediodía, y especialmente por la noche, se trocaba en un recu-
erdo espeso, obstinado, y se corporeizaba –para dolor mío– en
cada estante vacío, en la cama infinita, en la marca que dejó su
guitarra tras el sofá, en el armario, en las docenas de discos que
añoraba en silencio mi discoteca...
Con el tiempo fue perdiendo densidad y abandonó por su propio
pie los rincones de mi piso. El único objeto personal que nos legó,
por olvido imagino, fue su bufanda azulgrana de forofo; como yo
no la quería ni rebosante de oro obsequié con ella a Cianuro, que
la disfrutó una barbaridad los aproximadamente treinta minutos
que le duró hasta convertirla en trizas.
–¡Cianuro, chulo, tengo una lata de higaditos...!
Cero, nada, sin rastro; ni un triste «miau» que me tranquilice.
Pero al clavar la vista en la pared de enfrente, esforzándome
sobremanera en pensar dónde me ocultaría yo si me metamor-
foseara en gato rebelde, me percato de un ligero palpitar en las
cortinas de mi cuarto: el maldito bicho ha trepado al cajón de la
persiana, inmóvil, extasiado, en trance; invadido por el instinto
cazador –que concentra en su pata engatillada–, y a punto de dis-
parar un golpe mortal contra un moscardón de ochenta gramos
que descansa en la escayola.
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