I Premi 2009
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Conta’m, dona
Por fin respiro aliviada, y como con tesón todo se logra, tras un
par de chantajes gastronómicos directos consigo que descienda, y
descubro con la mayor de las repugnancias, que no es la primera
mosca grande a la que hoy ha dado alcance: porta otra en la boca
y yacen tres más, en el suelo, patas arriba.
“Vosotras, moscas vulgares...”
Ahora, que vuelvo a utilizar mis sentidos para algo que no sea
encontrar a Cianuro, ahora digo, recorro aprensivamente con la
vista techos, puertas y azulejos; hay un montón de manchas ne-
gras repartidas aquí y allá, y también en el aire, que ya no es
cien por cien transparente y se mueve. Sin las gafas no enfoco
la escena con nitidez, pero con ese tamaño y semejante pericia
aérea no cabe más que aceptar que sufro una invasión de moscas
en toda regla.
Cianuro se muestra exaltadísimo con esto de las chucherías que
vuelan. No lo recordaba con una actividad tan frenética desde que
el cirujano le extirpó las glándulas masculinas del nerviosismo.
Hace un rato, sin ir más lejos, le ha entrado la neura y se ha en-
carado con el ficus del salón. Antes de que yo pudiera intervenir
lo vapuleó, lo redujo contra el parquet, lo mordió con tal saña que
le arrancó medio tallo de cuajo, y en un alarde de supremo poder,
se meó encima del desdichado desoyendo mis protestas.
Esta criatura se está transformando en una fiera intratable. La
próxima vez encargaré por mascota un rinoceronte africano ¡To-
tal...!, calculo que no resulte mucho más provocativo y revoltoso
que ésta, y desde luego, supera a Cianuro en exotismo.
Por mi parte procuro extremar la calma, que para descontrol
ya basta con el del gato; aunque reconozco que las acrobacias
continuas y los arriesgados picados sobre la barra del pan,