Una voluta de amor
60
pues bueno, lo que les contaba, que nunca me había preocupado
que la gente fumara o dejara de fumar hasta que conocí a Manolo.
Y es que Manolo es mi marido.
Quiero asegurarles que, si Manolo fuera un vecino, pues no me
importaría lo del tabaco. Pero, verán, es que yo me casé con
Manolo porque fumaba tabaco rubio de importación, y ese es un
detalle que, desde luego, ha hecho que el tabaco, o el fumar o no
fumar, sea algo trascendental en mi vida.
Todo empezó en la discoteca, una noche en la que estaba algo
aburrida. Por entonces ya había visto alguna que otra vez a Mano-
lo por allí, pero nunca le había prestado mucha atención. Manolo
era solamente un conocido, un tipo fofito, con una cara de bo-
balicón que asustaba y que, por sí sola, no me hubiera arrancado
una segunda ojeada de interés. Pero aquella noche aún no había
llegado ninguna de mis amigas y cuando él se acercó a la barra,
ofreciéndome una copa, acepté. Manolo entabló una conversación
intranscendente, algo sobre el hambre en el mundo o la corrup-
ción en el poder, no recuerdo muy bien, pero no tardó mucho en
centrar el tema en lo larga que era mi sonrisa o la profundidad
rumorosa que encerraban mis pupilas. De lo que no tengo duda es
que, cuando me largó aquella parrafada de que las luces rojas de
la pista eran la síntesis de las estrellas carminosas que brillaban
en mi honor, ya estaba convencida de que me encontraba ante un
completo imbécil. No, ciertamente no hubiera aguantado mucho
aquel chaparrón de majaderías si no es porque me invitó a un
segundo whisky, y yo, dado que aquella noche estaba emociona-
lmente en crisis (y también monetariamente hablando), pues de-
cidí que las penas con pan son menos penas y pensé que no perdía
demasiado por aceptar. En fin, cosas que tiene la vida...
1...,50,51,52,53,54,55,56,57,58,59 61,62,63,64,65,66,67,68,69,70,...232