De vidrio ciego
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La amaba con un amor subterráneo, con devoción, adoraba los
momentos en que estábamos a solas, pero pensaba que ese amor
era un disparate y me habría horrorizado si alguien me hubiera
dicho que estaba enamorada de ella. Mis sentimientos estaban en
completo desorden. Pero pese a mi voluntad y a la conciencia del
deber, esa conciencia terrible y lúcida, estaba indefensa ante el
poder de esa fuerza misteriosa que inconscientemente me atraía.
Íbamos juntas de compras, al cine, al teatro. Nuestros hombros
se tocaban en silencio. A veces me cogía de la mano y un
fuego penetrante refluía por debajo de mi piel. Por un instante
me figuraba que iba a abrazarla y me avergonzaba ante aquella
explosión de sentimientos.
Cuando le comunicaron a Nicole que, en la parte inferior del
pulmón derecho, le habían detectado una alteración que podía
estar formada por células cancerígenas regresó de París y se
refugió en el cortijo. La operación fue un éxito. Nicole pudo
viajar a París para recoger el premio como directora del año. Pasó
bastante tiempo hasta que volvimos a encontrarnos. En el mundo
se habían producido acontecimientos que eran vistos por Nicole
como iconos de admiración: la revolución cubana, la guerra por
la independencia de Argelia, la revolución cultural china. Nicole
me escribía a menudo; me hablaba de la movilización que se
había despertado en Francia a raíz de la guerra de Argelia. Yo no
era una mujer preocupada por la política. Ni sabía dónde estaba
Argelia. Las Hermanas Teresianas no nos permitían la lectura de
determinados libros.
Mientras la Universidad de la Sorbona bullía por la agitación de
los estudiantes, yo sólo pensaba en el consuelo de la confesión
y me sentía desgraciada. Aquella tensión sentimental tan
violentamente provocada no era propia de una mujer sin tacha,
respetada de todos, tan premiada por las monjitas, tan niña modelo,
con su melena rubia recogida en grandes lazos rosa. La viuda del
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