Estela
118
able que aquella belleza morena se fuera a fijar en mí, uno de los
frikis más frikis de la escul, el menos avispado de una colección
de adolescentes más lost que la Sole en Níger.
Me pasé más de dos meses mirándola, sin atreverme a mandarle
una notita en una papela arrugada, ni abordarla cuando terminaba
la clase, ni a dar un solo paso que me llevara a hacer un ridículo
del que ya había leído mucho en los bucs y que era peor que ser
fulminado por un rayo. Los frikis tenemos que tener mucho cui-
dado con la fama, porque siempre es susceptible de empeorar y
luego no te queda rincón donde esconderte de las collejas y los
inventos verbales de los avispadillos.
En el recreo, yo me juntaba con mis amigos a jugar partidos con
las bolas de aluminio de los bocatas. Como los mayores nos qui-
taban las pistas deportivas, los cuatro raros de tercero usábamos
las alcantarillas como porterías y no veas cómo lo pasábamos.
Era el único rato del día en que casi me olvidaba de Estela. Digo
almost, porque no la perdía de vista en casi ningún momento: ella,
fumando con el rubio del último curso en la valla exterior, o de-
sapareciendo más allá de la fuente de la rotonda con la bacala de
mi clase, o refugiada de la lluvia bajo la marquesina del autobús
y pintándose las uñas, sola.
Luego, por la noche, cuando ya había apagado la luz y tardaba
en conciliar el sueño, me acordaba de ella. La veía con sus ojos
profundos mirándome desde la noche y se me removía en los ad-
entros una sensación dolorosa y punzante que me agobiaba. Era
Lady Morgana. Como un espíritu, Estela se transformaba en mi
cama en una mujer de carne turbia y aliento peligroso, que me
elevaba como si el cielo me succionara con un tornado súbito.
Mientras subía, sentía el horror al vacío, pero me preocupaba más
saber por qué Lady Morgana se enseñoreaba de mí cada noche
1...,108,109,110,111,112,113,114,115,116,117 119,120,121,122,123,124,125,126,127,128,...232