II Premi 2008
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Conta’m, dona
Ella nunca habló de política y si no lo hizo no fue por miedo,
porque no creo que jamás lo tuviera, sino simplemente porque
nunca creyó ni en unos ni en otros. No entendía de colores ni
de partidos y lo único que le dolía era ver como dos hermanos
eran capaces de luchar hasta la muerte; como dos amigos podían
dispararse mutuamente, sólo por una idea, sólo por una bandera,
sin dar valor a la propia sangre, que gritaba con fuerza desde
las venas intentando llamar a la cordura, intentando ahogar tanta
locura.
Corrían malos tiempos y todos eran sospechosos ante los ojos de
cualquiera que quisiera vernos como estorbos. Las puertas que
un día estuvieron abiertas de par en par ahora permanecían cerra-
das; las ventanas se resguardaban con gruesas cortinas de un sol
que no lucía y aquellas largas charlas de verano donde el mundo
se arreglaba con unas risas, ahora no eran más que silencios y
miradas a ras de suelo. Aquellos eran tiempos vacíos en los que
permanecer callados, tiempos en los que desaparecer era el mejor
seguro de vida.
Aquella tarde era tarde de jueves, «tarde de letras», como decía
ella. Pasara lo que pasara, mi casa se convertía en un colegio im-
provisado donde mi madre y mis hermanas éramos gustosamente
las alumnas más aplicadas. Amontonábamos la costura en alguna
silla, abríamos los cuadernos y afilábamos los lápices. Todo esta-
ba listo cuando ella llegaba, con su rostro sereno y su paso segu-
ro. Mi madre le abría la puerta con los ojos cargados de gratitud y
las manos vacías. Ramona nos enseñó a leer y a escribir, a sumar
y a restar, a nosotras, que no teníamos dinero ni tiempo para ir a
la escuela. Aquel era un mundo prohibido al que ella nos acom-
pañó de la mano y al que sin ella jamás nos habríamos atrevido ni
siquiera a asomarnos, era un mundo de hombres y de ricos y no-
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