II Premi 2008
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Conta’m, dona
fuerzas que mis delgadas piernas me permitían y llegué a su casa
incapaz de creer cierto aquello que había oído. Estaba segura de
que Ramona estaría en su casa, que me abriría la puerta con una
sonrisa y me contaría alguna de sus historias, pero nada de eso
ocurrió. Entré por la puerta que permanecía abierta y encontré
a mi padre con un puñado de guardias que rompían y revolvían
los libros de la maestra, aquellos que tantos buenos momentos le
habían regalado.
−Lo ven. ¿Qué coño hace una vieja con todo esto? Si ya se lo dije
yo que ésta escondía algo.
Durante meses escribimos largas cartas cargadas de esperanza
que nunca supimos si le llegaban. Las llevábamos en mano hasta
la puerta de la prisión donde alguien nos dijo que la habían visto.
Las noticias llegaban en cuentagotas, pero nos conformábamos
con creer que seguía viva. El invierno dejó paso a la primav-
era y con ella llegó el 14 de abril, un día precioso y soleado, de
esos que llenan el alma si respiras hondo. Estábamos sentadas
en el portal de casa, cosiendo mientras la vida pasaba. El cartero
se acercó a nosotras y nos dejó la carta sin comentario alguno.
Los corazones se detuvieron y el miedo se agarró con fuerza a
nuestras gargantas. Con las manos temblando abrimos el sobre y
leímos aquellas líneas perfectas y seguras, aquella letra que tan-
tas veces habíamos visto:
«Querida Cisca:
No quiero que llores al recibir esta carta, porque ya has
llorado bastante en la vida. No me marcho porque me obl-
iguen y eso que te quede bien claro, os dejo porque ya estoy
gastada y vieja y me toca descansar un poco. No tengo nada
material que pueda regalarte como señal de mi amistad y
afecto, pero te dejo mi fuerza, que es lo único que sigue a
mi lado en estos momentos. Ahora que me voy al cielo, no