Tarde de letras
90
sotras no éramos ni una cosa ni la otra, pero pronto aprendimos a
hacerlo nuestro y a buscar en él mil respuestas. Pronto asomaron
de nuestras enaguas algún que otro libro que escondíamos con
disimulo como el mayor de los tesoros. Seis hermanas éramos, ni
más, ni menos, las seis hijas de la buena Cisca a las que Ramona
regaló más de lo que ella jamás habría imaginado
Aquella tarde de jueves fue distinta, mi madre abrió la puerta
como lo hacía cada semana, pero no regaló a Ramona su tímida
sonrisa sino un rostro roto a palos y una mirada baja y cargada
de vergüenza. Nosotras, acostumbradas a los golpes, habíamos
preparado la clase de cada semana como si nada hubiera pasado,
todo estaba dispuesto; los cuadernos, los libros, el lapicero y el
tintero, pero aquel día no hubo clase o al menos no como la de
cada jueves, aquella tarde Ramona nos dio la mejor de sus leccio-
nes. No hizo falta que mi madre dijera nada, porque todo era más
que conocido, Ramona se dio la vuelta y se marchó. Mi madre
la siguió con el rostro cubierto de lágrimas suplicándole silen-
cio pero Ramona no dijo nada, sólo sacó un pañuelo que ofreció
tiernamente a mi madre y siguió andando hasta llegar a la vieja
cantina. Allí estaba mi padre, con un chato de vino y un puñado
de sus amigos riéndole las gracias. Ramona se detuvo ante él y
todos callaron. Durante unos segundos permaneció en silencio,
mirándolo, y entonces, con imponente seguridad, le escupió en
la cara delante de todos los que allí se encontraban. Luego, sin el
menor signo de nerviosismo, lo miró muy seria: «¡Cobarde!». Y
volvió a marcharse por donde había llegado, con aquel cuerpecito
gastado irradiando fuerza. No se rieron de mi padre aquel día,
pero todos hablaron de aquella humillación bien ganada.
Apenas habían pasado un par de semanas desde aquella tarde cu-
ando alguien nos dio la noticia. Habían denunciado a Ramona por
roja y comunista y se la habían llevado presa. Corrí con todas las
1...,80,81,82,83,84,85,86,87,88,89 91,92,93,94,95,96,97,98,99,100,...232