Bien entrada la primavera, casi dos años después
del fallecimiento de mi marido, estaba ordenando
la bien surtida biblioteca de la abuela. Me gustaba
vivir en el campo, sin urgencias, sin precipitaciones.
Disfrutaba del silencio, tan preciso y escaso en la
ciudad. La casa era hermosa y acogedora: la madera
clara del mobiliario, las cortinas de lino y seda en
color topo, el amplio porche, la vieja buganvilla
de doble flor que enmarca los arcos carpaneles de
la fachada del jardín. Me gustaba tocar todas sus
cosas, sentir que casi podía palparla y acercarme a
ella. Sólo abandonaba la casa para ir a la misa del
convento y visitar a las monjitas.
Aquel día se había levantado el aire, y un olor dulce
de aguacates maduros perfumaba toda la estancia.
Intentaba alinear en hileras compactas todos
aquellos libros de tapas gastadas sobre los estantes
de madera de roble, cuando sonó el teléfono. Era
la voz de una mujer joven que hablaba con la “
r
afrancesada. Una directora de escena que estaba
estudiando la representación de uno de mis cuentos.
Desde que me había hecho un hueco más que
generoso en el olimpo de las ventas con mi primer
volumen de cuentos para niños, me había convertido
en una escritora multiventas, pero rara vez concedía
entrevistas.
Hubo un instante de silencio, miré de reojo a la
De vidrio
ciego
Ada
Alonso García
III Premi 2007
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Conta’m, dona
III Premi 2007
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