I Premi 2008
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Conta’m, dona
Adelina y el Profesor se encontraron entonces llenos de compro-
misos: misas de cuerpo presente, velorios, entierros, rosarios y
novenarios. Como no había quien cuidara a los niños durante esas
ausencias, Apolonia estaba encargada de cuidar a sus hermanos
con la repetida recomendación de no tocar la mollera del bebé.
Esta prohibición no hizo sino atizar la curiosidad de Escipiona.
Por eso, apenas los dejaron solos, se encaramó en una silla para
alcanzar el borde de la cuna y antes de que su hermana com-
prendiera lo que estaba sucediendo, ya había hundido sus dedos
sucios de caramelo en el cráneo del niño. Como el mal ya estaba
hecho, Apolonia se dijo que sería estúpido no aprovechar la opor-
tunidad para experimentar, ella también, la sensación de mullido
cojín en el espacio depresible del cuero cabelludo.
Al principio les causó risa: el chiquillo se veía bien chistoso con
la punta de la testa aplastada. ¿Y cómo no iba a sumírsele el cu-
ero, si tenía el coco como de gelatina? Se burlaron de él un buen
rato, hasta que se percataron de que no retomaba su forma nor-
mal. Por unos minutos, las paralizó el susto, pero al cabo de un
rato, Apolonia encontró una solución que explicó a Escipiona lo
mejor que pudo.
Se retorcía como tlaconete en sal, pero no logró zafarse de las
manitas pegajosas con que Escipiona le tapaba las orejas, ni pudo
escapar a la tenacidad con que Apolonia le apretaba la nariz, al
mismo tiempo que soplaba entusiasta a través de su boca desden-
tada. Parecía lógico: puesto que lo habían desinflado, no tenían
más que reinflarlo, impidiendo que el aire se le escapara por los
pérfidos orificios de la cabeza, para que la fontanela recobrara su
aspecto liso.