Una solución lógica
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Por más que negaron haber molestado a su hermano, nadie les
creyó. Cuando constataron que el chiquillo seguía deforme a
pesar de todo el aire que le hicieron tragar, corrieron a escond-
erse. En su apuración, olvidaron borrar las evidencias de su atro-
pello y cuando Adelina y el Profesor regresaron, encontraron al
bebé tranquilamente dormido en la cuna con la cabeza y la cara
embarradas de caramelo rojo.
Después de buscarlas por toda la casa, dieron por fin con Apolo-
nia, escondida bajo la cama, y con Escipiona, hecha cuatro do-
bleces en el cesto de la ropa sucia. Estaban tan asustadas que no
tuvieron que cocinarlas demasiado para que confesaran la ver-
dad. Como castigo, las mandaron a San Martinito donde vivieron
dos meses comiendo las frutas en dulce que preparaba la abuela,
ayudando a los tíos a ordeñar las vacas, fabricando queso con el
abuel, y jugando al aire libre, que, aunque igual de frío que el de
San Martín el Grande, les parecía más agradable.
Así fue como el invierno de 1949 pasó a formar parte de sus
mejores recuerdos. Aún ahora, que somos viejos y que casi al-
canzamos la edad de los que murieron en esa aciaga estación, mis
hermanas siguen evocando con nostalgia esa temporada.