III Premi 2009
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Conta’m, dona
Quería seguir creyendo que no tenía nada que ver con Albano
Tejedor, ese tipo rubio, de metro ochenta, musculoso y bien for-
mado. Y por eso, aunque el amor estaba allí, yo me empeñé en
llevarle la contraria.
-Ése no me hace ni caso. No existo para él. ¡En mí iba a
fijarse! ¡Ni de coña! No tengo nada que hacer.
La rabia me puede. Intento comer más chocolate pero he rebaña-
do la tarrina. ¡Mierda! Me voy a poner como una foca y entonces
seguro que ya no me quiere.
El amor seguía mudo, observando. Disfrutando con la lucha in-
terna que se debatía en mi interior, con el tira y afloja, con el “me
quiere”, “no me quiere” típico de los adolescentes y las margari-
tas.
No sé por qué, pero me sentía incómoda. No estábamos en igual-
dad de condiciones. El amor tan arreglado y yo con un pijama de
cuadros, calcetines de lana y el pelo alborotado. A punto estuve
de decirle: “Largo, fuera de casa echando rayos” cuándo lo vi
partirse de risa.
-Disculpa ¿eh? Es que todas decís lo mismo. No, que yo no
te quiero en casa. No te necesito. Y resulta que estás colada
hasta los huesos. Ya te digo. No me puedo ir hasta terminar
el trabajo.
Miré el reloj. Lo único que podía salvarme era dormir. Si él quería
quedarse, por mí, que se acomodara en el sillón. Bufé cuándo le
di la espalda, esperando que por la mañana se confirmaran mis
sospechas, que me había pasado la tarde delirando y allí no había
ni amor ni nada que se le pareciese.
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