Estación término
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camine con uno de ellos en la mano y un jersey de lana al hombro;
no, no tenemos estación seca, incluso en verano se giran las nubes
hasta dejar a la vista el forro, siempre húmedo, del cielo.
Acomodada mansamente, con la tibieza de la calefacción y el
movimiento de la máquina, me he quedado dormida. He desperta-
do más allá de Caspe, con sed y las ideas algo confundidas. Sí, en
ese momento he dejado mi plaza (y el paraguas que seguía en el
mismo lugar porque veía el extremo del mango); no, no he pen-
sado en cogerlo para ir a la cafetería, es demasiado grande para
caminar con él por esos pasillos estrechos y dentro del tren no
llueve.
Habré estado en el vagón restaurante unos quince o veinte minu-
tos, no más. Me he tenido que tomar un café con leche porque se
les había agotado el zumo de piña, que es lo que suelo tomar a la
hora de la merienda, sí, de melocotón, de manzana y de naranja,
sí tenían pero esos no me hacen gracia. Recuerdo que volvía para
mi asiento y me iba repitiendo en voz alta que, en cuanto llegase
a casa, no me acostaría sin beberme un vaso enorme de mi zumo
favorito.
Una vez sentada he comprobado que todo estuviera en su lugar, el
abrigo doblado..., la bolsa... Soy funcionaria desde hace muchos
años y se me ha quedado prendada la sana costumbre de que las
cosas deben estar archivadas, mire mi bolso, por ejemplo. Las
llaves ordenadas por colores..., el billetero con una tarjeta bien
grande con mi domicilio y los teléfonos de socorro a la vista...,
el monedero de cremallera para las monedas de las máquinas de
café..., mi pañuelo doblado por sus cuatro esquinas..., un bolígrafo
que escribe en cualquier posición o soporte..., el pastillero con
sus casillitas para la medicación de cada día de la semana... No,
no me pueden acusar de poco organizada o de ser despreocupada.