II Premi 2007
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Conta’m, dona
Aún me costaba respirar cuando mi tía Dolores descolgó el au-
ricular y pude oír su cantarina voz:
–Que sí, María, que ya te dejaré una camisa. Sí, de flores.
El color negro está prohibido, vale. ¿Pero, qué talla usas
tú, niña? Ah, que te da igual. Bueno, mira que yo, con eso
de dejar el tabaco, me he
engordao
un poquillo... Catorce
kilos, hija. ¿Un sombrero? Pero, mujer, si sólo tengo uno
de paja que me compré en Port Aventura... Como quieras.
Sí, es muy bonito, pero para una ceremonia así... Vale, vale,
esta noche lo tendré todo preparado. ¿Te quedarás a cenar?
De acuerdo. Adiós, María, adiós.
Solucionado el tema–vestuario me quedaba el no menos compli-
cado tema–regalo. Mi sobrina no quería una muñeca cualquiera,
no, sino una vestida de blanco, con tirabuzones, con lazos, con
esas cosas típicas de las muñecas de comunión...
Le pregunté al señor Limón, el dueño del almacén chino de mi
calle.
¡Qué sonrisa más grandiosa tiene el señor Limón!
Siempre dice que sí a todo.
Le pidas lo que le pidas, él lo tiene en su tienda.
Y allí estaba la muñeca: una rolliza de pelo largo y rubio, con ojos
azules, con su medallita sobre el blanco y largo vestido y en una
mano una vela con bombilla incluida.
–Y habla –me dijo el señor Limón con su gran sonrisa–.
Aquí, botón –señalando la espalda.
–¿Y qué dice? –quise saber yo.
Olación
católica,
clalo
.
–Claro, claro –repetí-. ¿Y ya tiene la pila puesta?
–Pila, sí –me dijo él sin dejar de sonreír, como si le hubieran
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