Irene me dijo que la niña quería una muñeca vestida
de comunión.
La frase era una invitación con regalo obligado.
Después de un par de años sin vernos, mi hermana
decidía, en un gesto de bondad sin precedentes, in-
vitarme a la fiesta de la Primera Comunión de su
hija. En pleno caos de exámenes y con el Derecho
Constitucional y Administrativo vigilándome de
cerca para reírse a mi costa si la cosa no iba bien,
¿qué podía decir a Irene, que no me esperara porque
tenía que estudiar? Sólo podía responderle que iría
a la comunión de su hija, por supuesto.
Decirle la verdad significaba, como siempre, que
ella entendería lo contrario. Entendería, por ejem-
plo, que no quería ir a verla.
Lo cual, dicho sea de paso, también era cierto.
Así pues, no sólo me comprometí a llevar a mi so-
brina una muñeca vestida de comunión, sino que,
además, yo tendría que ir disfrazada para tal evento,
porque Irene me preguntó, algo temerosa:
–No seguirás vistiéndote de negro, ¿no?
–No, no, por supuesto que no.
–Los ojos ya no los llevarás tan pintados,
¿verdad?
–Que va, que va. La rayita y nada más –le
contesté siguiendo la rueda de la mentira co-
Pilas
orientales
Carmela
Fernandez Trujillo
II Premi 2007
35
Conta’m, dona
II Premi 2007