Diecisiete peldaños
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"Uno, dos tres... diecisiete. Hay diecisiete peldaños. ¡Qué bien
sabes contar! ¿Vas al colegio? Tienes un pelo precioso. A mi me
gustan las niñas con el pelo como el tuyo. Tan suave y tan largo.
Te llega hasta la mitad de la espalda ¿Y por delante? Hasta la
tetilla. ¿Te hago cosquillas? Qué bonito y que suave. Me gusta
acariciarlo. Subimos los diecisiete escalones y te enseño una cosa
que a ti también te gustará acariciar". Diecisiete, se me había olv-
idado. Diecisiete escalones y su mano apretando la mía mientras
me acaricia la melena rubia, y luego la espalda y las piernas y el
vientre. Genaro. Sí, ese es su nombre. Hay una habitación en la
planta baja. De invitados la llaman. Tiene en las paredes dibujos
de santos que han sufrido martirio. La cocinera nos contaba las
historias. Me da miedo. Hay sangre en las heridas de los santos
y todos miran al cielo. Me quiero ir, pero él me quiere enseñar
algo. No, no sé qué pasa. No lo sé. Me dan miedo las paredes y
las flechas que se clavan en el corazón de San Sebastián. El me
acaricia porque tengo miedo. Me acaricia mucho. Las piernas,
el vientre, el pecho. Sabe que tengo miedo. Y me besa, también
mucho, en las piernas, en el vientre, para tranquilizarme. Pero no
me deja irme, yo quiero irme, pero él no me deja. Me acaricia y
me pide que le acaricie yo a él porque él también está asustado.
Estoy debajo del cerezo y lloro. Mis primos y mi hermano juegan
a saltar los peldaños de la escalera gris de piedra y me llaman.
Quieren que participe con ellos a ver quién salta desde más alto.
Yo los miro y lloro. Me parece que están subidos en un dragón y
que saltan desde su espalda. Me da miedo que el dragón se vaya
a volver y a devorarlos con su boca de fuego. Me llaman, pero
yo no les hago caso y busco la cabeza escondida del dragón en la
habitación de invitados de la planta baja. Aquella que tiene col-
gados dibujos de santos que han sufrido martirio.
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