II Premi 2011
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Conta’m, dona
rompecabezas, pelotas hinchadas para jugar a botar. Al menos,
vendrá a recoger el traje tan bonito que le están haciendo entre
todas. Todavía les falta unos días para tenerlo listo porque ellas
están más acostumbradas a hacer prendas pequeñas. Papa Noel
debe ser tan grande como todas ellas juntas. Se rían. Dicen que
pueden esconderse dentro del traje. Que si está desplegado en
algún sitio cuándo lo terminen, no ven como van a coger todos
en el trastero tan diminuto sin estorbarse. Las niñas más mayores
continúan cosiendo como si nada, como si ya hubieran vivido esa
promesa del chino de la piel arrugada antes y hubieran sufrido
también la decepción. No participan para nada en la euforia de
las más chicas pero las dejan hacer.
Arriba empieza a nevar. Los termómetros marcan temperaturas
nunca vistas, treinta y cinco bajo cero. Las ruedas de las bicicle-
tas no pueden girar. Los pies de los chinos patinan en la montaña
de nieve helada. Y los guardias se apostan en las esquinas de los
barrios para impedir la circulación y los accidentes.
La luz va y viene a intervalos. Han caído algunos postes tras la
nevada.
El chino de la piel arrugada no ha parado de toser en toda la
noche. Se sujetaba el pecho con las manos y su humilde esposa
ha avisado al doctor. Le ha dicho que probablemente se haya en-
fermado de neumonía. La fiebre es muy alta y está bajo muchas
mantas, acostado en la cama. Delira a ratos, o creen que delira.
Dice algo de las niñas, de que hay que llevarles la sopa caliente
y el pan con arroz. Nada más dice.
La esposa del chino de piel arrugada camina como de puntillas.
Tal vez le vendaran los pies. Se desliza abanicando al esposo,
echando más leña en el hogar, acercando las mantas hacia el
cuello para que no pase frío.