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Abajo, las niñas se miran preocupadas. Han pasado muchas horas
desde la última vez que el señor de la piel arrugada les bajó de
comer. Tienen hambre pero sobre todo, mucho frío. Todas coin-
ciden que algo muy grave debe pasar arriba. No se escuchan chir-
riar las ruedas de las bicicletas. No llegan los chillidos de la gente
y el silencio es tan grande que sienten mucho miedo.
Por si fuera poco, la bombilla ha dejado de dar luz y con el candil
no van a tener terminado el trabajo a tiempo. Además, el señor
chino les ha advertido de lo peligroso que es tenerlo mucho rato
encendido. Les entrará sueño y eso querrá decir que se están in-
toxicando por falta de aire. Las niñas no saben dónde hay un
punto de ventilación. Jamás lo han visto.
Arriba está dejando de nevar. Los aeropuertos han parado por
primera vez en la historia. Los espesores de nieve oscilaban entre
el metro y los tres en algunas zonas. Las escuelas no funcionan.
Los transportes están paralizados y el presidente ha pedido por la
televisión que nadie salga de sus casas todavía.
El chino de la piel arrugada está muy nervioso. No suelta el telé-
fono de la mano. Llama a todos sus amigos, a los situados en los
distintos puntos de la ciudad. Se retuerce las manos. Se estira de
los pelos y cualquiera que lo viera, pensaría que se estaba volvi-
endo loco.
Su dulce esposa aguarda unos pasos detrás de él, por si quiere
compartir con ella, aún siendo una mujer solamente, ese dolor
que lo preocupa tanto.
Abajo, las niñas están terminando ya el traje de Papa Noel. La
chaqueta es roja, con unos botones muy grandes de color blanco
a juego con el cuello de lana blanca también. Los pantalones son
enormes. Parecen pensados para un señor con una gran barriga o
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