Multiplicar
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No lo duda, porque los negocios funcionan bien. Exporta ropa
de alta calidad realizada a muy bajo precio. La adquieren en los
mercados occidentales y está de suerte, porque cada fin de año
aumentan mucho las demandas porque festejan las fiestas haci-
endo muchos regalos. Por eso nadie le recriminará que se le haya
hecho más tarde en los talleres empaquetando la mercancía.
Abajo, las niñas sorben los mocos y, de tanto en tanto, lloran. Les
duelen los ojos a causa de la mala luz de la bombilla. Solo se es-
cuchan los pedales de las máquinas de coser, las agujas perforan-
do las telas, las tijeras cortando los restos de hilo. El patrón les ha
dicho que si se portan bien y trabajan mucho, tal vez venga Papa
Noel de verdad. A lo mejor tienen un regalo. Aunque les recuerda
a todas la gran suerte que han tenido al haberse cruzado con él.
Deben recordar todas que la vida de una niña china no vale nada.
Ellas viven. Tienen un plato de sopa caliente y pan con un puñado
de arroz cada noche. Deben dar gracias al ser tan afortunadas. En
cuánto parte el patrón, las más nuevas lloran todavía.
Arriba las vacas se pasean por la calle. Reciben los rayos del sol
sobre su cuerpo. Les ceden el paso en la carretera. Se las res-
peta como si fueran diosas. Los chinos varones aprenden en las
escuelas, les enseñan oficios en las fábricas. Piensan casi todos
igual. Visten casi todos igual. Casi todas las bicicletas son iguales.
Las caras se repiten. Miles de caras todas iguales, pelos lacios,
ojos rasgados, pieles amarillas, estómagos medio vacíos. Mucho
frío. Arriba todos saben que bajo los adoquines hay muchos “aba-
jo” llenos de niñas trabajando mucho. Temen hablar alto. Callan.
Quieren vivir aunque sea malamente.
Abajo, las niñas se animan unas a otras. Se dicen que este año si
vendrá el Papa Noel en reno. Que hace tanto frío que podrá pa-
tinar con facilidad. Que les dejará sus muñecas y los vestiditos,
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