La señota Gutiérrez
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sí tenía límite en cuanto a las comidas y por eso no engordaba)
además del cola-cao calentito para el niño con cereales “smash-
ing puchking” bajos en hidratos, pero ricos en fósforo, jalea real
y amoniaco. (eso es lo que ponía en la caja...).
Luego despertaría al señor Gutiérrez el cual soltaría un “ñrrrrr-
grrrrrr” seductor y bondadoso. Mientras su hijo el mayor repetiría
los buenos días con otro “rrrrrrgrrrrrrñññ” no menos amable y
cariñoso que el anterior. Luego se iniciaría un disparatado frú-frú
entre unos y otros donde la señora Gutiérrez siempre está al tanto
para que ninguno de los dos se deje el almuerzo, los utensilios
del trabajo, los móviles, el cargador del móvil de su hijo el mayor
porque sabe que se le ha olvidado recargarlo por la noche y luego
se quedará sin batería, las pastillas del azúcar del señor Gutiérrez,
y la fruta para el tentempié. Apenas se distingue en el aire el soni-
do de los besos que recibe la señora Gutiérrez de buena mañana.
Luego despierta a la hija menor, la cual tiene un “humor de pelí-
canos, o de directores de colegio” y por la mañana es mejor no
hablarle mientras ve los dibujos preferidos en el salón.
Por eso mismo, la mañana que la señora Gutiérrez se durmió y
no escuchó la alarma del despertador, todo fue un caos. No hubo
cereales, ni almuerzo de pan blanco ni de semillas, Sultán no
aguanto su pis a la italiana, y se meó. Hubo “nrñrgrrrrrrrr” y mu-
chas palabrotas e interjecciones, y por supuesto en esta ocasión
no hubo ni beso tirado de cualquier manera en el aire. El humor
ciertamente esa mañana era “humor de leones del parlamento” en
época de crisis.
Así que la señora Gutiérrez se sintió culpable (y lo sabe esta nar-
radora porque es omnisciente y porque además la señora Gutiér-
rez se mordía el labio inferior cada vez que pensaba que había
cometido un desatino).