La señota Gutiérrez
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Nadie sabía ni se imaginaba que estos cambios que poco a poco
se habían producido en el hogar no eran fruto ni de una reunión
de ayuda mutua (aunque le hubiera venido bien a la señora
Gutiérrez, y también a esta que escribe), ni un amor otoñal donde
volaran chispas, ligueros y copas de champagne (oh la la).
Era más sencillo que eso, el encuentro con su amiga Elena la
llevó a un local de reunión municipal donde se bailaba entre otras
cosas, claqué, flamenco, danzas africanas y danza oriental.
Primero empezó timídamente con la danza oriental, y entre pa-
ñuelos y ombligos al aire hizo amistad con una mujer llamada
“epouse de Abi Talib”, aunque meses más tarde supo que se lla-
maba Fátima.
Al final descubrió que su pasión más oculta y ancestral era el
flamenco y se bautizó con el nombre artístico de “la Candela de
los puertos de Catarroja” el cual tuvo mucho éxito entre sus cole-
gas así que cada una se bautizó como quiso y a su manera (Rosa
“la niña del Palmito”, Fátima “el azahar de Albal”, Vicen “el ar-
rebato de Massanasa” y Paco que era el único chico del local
lo hizo como“ el inagotable xiquet d’Alginet”...el cual remataba
diciendo “para servirle”).
El caso es que la danza le había regalado a la señora de Gutiérrez
el gusto por el soniquete, el zapateao, y las manos como palomas
. Sin duda el baile le dió la oportunidad de volverse a mirar y a
mimarse a sí misma ¡que se tenía un poquito abandonada!
Una tarde le pregunté como se llamaba, y me dijo me llaman
“Señora de Gutiérrez” pero ahora soy la Candela de los puertos
de Catarroja me dijo con un deje andaluz que le recordaba a su
padre, a playas de Málaga y a farolillos de feria.
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