Las heridas duelen
o dejan cicatriz
Elisabet
Freijeiro Pérez
II Premi 2010
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Conta’m, dona
II Premi 2010
Desde que era apenas una niña, siempre admiré a
los artistas y su capacidad para interpretar el mundo.
Consideraba que estaban en una esfera diferente al
resto, que eran más elevados, que jugaban con las
experiencias, como si de agua entre sus dedos se
tratase, haciendo malabares para poderla retener por
más tiempo entre sus manos, por más tiempo que los
demás.
Seres humanos dotados de habilidades que a mi hu-
milde entender les hacían especiales: pintores, es-
critores, músicos; que conseguían despojarse de la
venda de la rutina, la mediocridad, la sociedad. De
no limitarse en su visión, recogiendo así, retazos de
la realidad, de las vivencias, y consiguiendo como
con el milagroso proceso de la naturaleza, como si
de una metamorfosis de oruga a mariposa se tratase,
comunicársela al resto de la humanidad con sus pa-
labras, pinturas, o melodías, que ayudan al resto del
mundo a operarse de las cataratas de la ignorancia,
de la banalidad, y vislumbrar lo bello, lo trascenden-
tal, lo esencial, sintiendo la simbiosis, la conexión,
el reflejo de sus sentimientos. Como si alguien les
hubiese leído el alma, como si se encontrasen con
su imagen frente al espejo en lugar de encontrarse
frente a frente con una obra de arte. Encontrando en
el silencio, en su foro intimo, personal y auténtico,
la satisfacción, el placer de sentirse entendidos, de
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