Las heridas duelen o deja cicatriz
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sentirse arropados en un mundo que durante esos segundos de
cohesión, no resulta tan solitario.
Quizá por eso fue que al crecer, encontré en la fotografía la forma
de acercarme un poco a ellos, de inmortalizar los bellos detalles
que pasan desapercibidos en la cotidianidad, de ver mas allá de
lo que muestran los ojos, de descubrir la multitud de interpre-
taciones o de posibilidades que te ofrece una misma situación,
lugar, o cosa, según la perspectiva con la que fotografíes, según la
luminosidad o la óptica que utilices, acorde a aquello que quieras
transmitir o reflejar, obteniendo así mi interpretación personal del
alma de otras personas.
Durante mis años de estudio de fotografía aprendí los pormeno-
res de la máquina. Desde las lentes y los filtros hasta las luces
de flash. Estudié detalles exhaustivos sobre abertura, velocidad y
exposición, así como sobre películas y el equilibrio de blancos e
histogramas. Aprendí teoría de la composición, del color, pautas
y encuadre, cómo usar las líneas para conseguir unas imágenes
con más fuerza. Todo sobre las técnicas de revelado, como de-
senrollar la película, cuánto añadir de amarillo o reducir de azul
para conseguir las copias perfectas, e hice un curso de fotografía
digital, llegando a dominar Adobe Photoshop, el lenguaje de los
megapíxeles… consiguiendo así sentirme preparada para embar-
carme en la aventura. Cuanto más sabía con cada técnica nueva
que aprendía, y cada foto que hacía, más me enamoraba de mi
elección de vida.
Empecé a trabajar de ayudante en un estudio. Me encantaba el
realismo que mostraban las fotos de mi mentor. Nada que ver con
mi portafolio de aficionada guardado avergonzado en un cajón
del escritorio, mientras que me encargaba de llevar las cuentas,