Estación término
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Debí lanzarle una mirada tan asesina que se replegó en el sillón
y cerró la boca antes de que le volara todos los “piños”. Optó por
la prudencia, como si fuera lo habitual en él. Yo creo que se tom-
aba muy en serio su trabajo y calibraba no echarlo todo a perder.
Aguardar. Buscar el momento. No tensar la cuerda. Darme a mí
tiempo a su vez.
Cuándo me pongo nerviosa me da por el chocolate. ¡Que tontería!
Necesito creer que me sube el ánimo, convencer a mi disciplinada
razón que todo va bien y está bajo control. Pero con el amor allí
sentado, apuntándome con el dedo, la verdad, no estaba muy se-
gura de nada.
Quería seguir creyendo que no tenía nada que ver con Albano
Tejedor, ese tipo rubio, de metro ochenta, musculoso y bien for-
mado. Y por eso, aunque el amor estaba allí, yo me empeñé en
llevarle la contraria.
-Ése no me hace ni caso. No existo para él. ¡En mí iba a
fijarse! ¡Ni de coña! No tengo nada que hacer.
La rabia me puede. Intento comer más chocolate pero he rebaña-
do la tarrina. ¡Mierda! Me voy a poner como una foca y entonces
seguro que ya no me quiere.
El amor seguía mudo, observando. Disfrutando con la lucha in-
terna que se debatía en mi interior, con el tira y afloja, con el “me
quiere”, “no me quiere” típico de los adolescentes y las margari-
tas.
No sé por qué, pero me sentía incómoda. No estábamos en igual-
dad de condiciones. El amor tan arreglado y yo con un pijama de
cuadros, calcetines de lana y el pelo alborotado. A punto estuve
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