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FUNDACIÓN CASER





            fenómeno de la pobreza surge por la desestructuración del mercado de trabajo y la extensión
            de relaciones laborales “atípicas” o precarias, la crisis de las familias tradicionales, el fuerte
            incremento de la cifra de hogares monoparentales y la reestructuración del Estado de bienestar
            con el consiguiente recorte de prestaciones (butterwegge, 2012). Las políticas sociales retoman
            un paradigma que parecía olvidado: ligar los riesgos de acceso al mercado de trabajo a la vida
            laboral individual (brinkmann et al., 2006). La transición de un Estado redistributivo a un Estado
            investivo supone un cambio en las políticas sociales y laborales.


              Los niños pasan a ser elemento central de una estrategia económica que intenta afrontar
            el cambio demográfico y la globalización de la sociedad de conocimiento (Olk y Hübenthal,
            2011; Neuberger, 2016). La atención infantil integrada en un modelo de crecimiento económico
            neoliberal, traslada a la edad temprana el inicio de un ciclo en que el individuo desarrolla
            estrategias personales e individuales para mejorar su poder de negociación sobre todo a través
            de la formación (García y Rendueles, 2017). En este modelo el Estado se limita a la “adaptación
            al mercado y la gobernanza de la desigualdad” (García y Rendueles, 2017: 254) sin llegar a
            cuestionar o combatir los motivos estructurales que generan las desigualdades.


              una de las críticas que ha suscitado esta reformulación de las políticas sociales, insiste en
            el riesgo de que una financiación masiva de este servicio que podría profundizar aún más
            las desigualdades sociales ya que podría darse la paradoja de que restaría fondos a políticas
            específicas dirigidas a personas con pocos ingresos (Cantillon, 2012). Dingeldey (2015) advierte
            que las políticas familiares alemanas centradas en la ampliación de la educación preescolar
            se inscriben en el marco de las denominadas políticas de activación. También en Alemania el
            incremento del gasto público en educación se ha hecho notar sobre todo en las clases medias.
            Dado que ha ido acompañado de considerables reducciones de otras prestaciones sociales
            y de una creciente precarización y desestructuración del mercado de trabajo, para muchos
            hogares la incorporación de la mujer al mercado laboral es el último resorte para conseguir
            generar suficientes ingresos (Dingeldey, 2015).

              Por otra parte, la educación infantil ha sido identificada como un instrumento para paliar
            la segregación educativa que resulta de un sistema altamente discriminatorio, en el que las
            decisiones de los padres resultan decisivas para decidir el itinerario educativo de sus hijos y en
            el que el origen social decide más que en la mayoría de los países de su entorno sobre el nivel
            de formación de los hijos (bothfeld y Steffen, 2018).


              El Ministerio para Familias califica la educación infantil como uno de los instrumentos centrales
            para combatir el riesgo de pobreza, garantizando el empleo de los padres.  “Un requisito
            primordial para facilitar una actividad laboral de ambos padres adecuada para garantizar ingresos
            suficientes es la atención de los hijos.” (bundesministerium für Familie, Senioren, Frauen und
            Jugend, 2017: 8).







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