Las heridas duelen o deja cicatriz
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tarme ¿Por qué yo? para decidir, ¡Quiero vivir!, aunque aquella
palabra no cobraba el mismo sentido ahora. Vivir significaba
poder sobrevivir, poder pasar cada diagnóstico, luchar contra el
cáncer, y sobreponerme de nuevo ante la adversidad.
Fue difícil aceptar que las cosas cambiarían a partir de ese mo-
mento, que tendría que dejarme ayudar. Tras haber asumido lo
que me ocurría, tras haber tomado la determinación de batallar,
resolví que era el momento de proveerme de soldados, que es-
tuvieran conmigo al frente: mi familia y amigos. Los llantos de
mamá, la angustia escondida de papa, el desconsuelo de mis her-
manas y el abrazo tembloroso de mi mejor amiga, me hicieron
sentirme querida, y vulnerable. Dar la cara no era fácil, a pesar
de haber enfrentado en la intimidad mis demonios, expresar en
voz alta lo que me ocurría muy lejos de alivianarme me llenaba
de miedo.
Desde aquel momento tuve poco tiempo para estar sola. Agradecí
cada uno de los cuidados, y suculentos platos que me preparaban:
los dulces, las flores, los libros de fotografía, que me regalaban
con gestos de buena voluntad; La noche antes de mi cirugía pedí
por primera vez tiempo para mí intimidad. Me desnudé lenta-
mente mirándome al espejo, tocando mis pechos, recordando las
veces que en mi juventud había maldecido tener de forma tan
voluptuosa, consciente de que hoy, sería la última vez, preguntán-
dome si alguien después me llegaría a querer, si yo misma podría
ser capaz de aceptarme.
La quimioterapia fue dura. Soportaba cada sesión con valentía,
aunque cada una me dejaba más desvalida, débil. Me molestaban
los olores fuertes, los ruidos; me sentía caer en un pozo sin fondo,
me habían apagado la luz y desconectado el interruptor, y no era
capaz de salir. Era consciente de que se estaban escribiendo po-
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