Las heridas duelen o deja cicatriz
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paso a dar, hundiéndote en arenas movedizas, o haciendo saltar
una mina de forma inesperada.
Hace 10 meses me diagnosticaron cáncer de mama en grado 3.
Fue el 1 de abril. Recuerdo bien la fecha porque fue el día que
morí. A la mañana siguiente mi nombre no constaba en las es-
quelas de los periódicos, nadie me trajo coronas de flores, o lloró
en condolencia, pero parte de mí se fue mientras veía derrum-
barse mi mundo, ¡Dios mío por qué!.
Siempre he aceptado la muerte, e incluso la vejez, como parte del
ciclo de la vida. La prueba física evidente del paso del tiempo,
sumando vivencias y sabiduría, restando años y fuerza física,
viviendo así de forma pausada, el ocaso de los días. Ese que desde
niña proyecte como la tradicional viejecita haciendo chocolate
caliente y galletas caseras a mis nietecitos, mientras que sentada
en la mecedora al lado de la chimenea les contara cuentos basados
en mis aventuras de juventud.
Jamás concebí el hecho de que todo eso pudiese derrumbarse en
un abrir y cerrar de ojos, de la noche a la mañana, tan apresurada-
mente, sin darme tiempo para conocer al hombre de mi vida, sin
saber si quiera si he llegado a descubrir que es el amor de verdad,
o si alguien llegó a amarme, sin llegar a tener hijos y como con-
secuencia sin nietos a los que acunar en mi regazo, sin dejar un
legado, sin tener testigos de mis días, de mi yo mas autentico e
intimo.
Pero lo cierto es que así había sucedido, y ahí me encontraba, tras
6 meses, varios médicos, una dolorosa mamografía y una indese-
able punción, después de haberme encontrado un extraño bulto
en mi pecho izquierdo escuchando el diagnostico: CANCER,
reflejado en mi cara como un fantasma, aterrorizada, abstrayén-
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